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Nuestro paso por el sur de Colombia nos llevó a vivir un mes mágico entre las veredas que circundan la laguna de la Cocha. Nuestros anfitriones, además de ser una familia referente en la protección y exploración de nuevos modelos para la conservación ambiental y del territorio, se convirtieron también en amigos invaluables con quienes pudimos construir lazos sinceros de afecto. (9 min)

“Gracias Lucho, Bertilde y Nohora por su hospitalidad. Dejamos una familia en Nariño. Los extrañaremos.” Luego de despedirnos nos subimos a las bicicletas rumbo a Pasto, con la nostalgia en su máximo esplendor. Vivimos un poco más de un mes con ellos, cobijados por el cariño y el calor familiar de Luis, Bertilde (los padres), Nohora y Laura (hijas), Luisa (nieta) y Jaka y Toni (perros). Descubrimos día a día su reserva natural: “San Francisco”, en la vereda Casa Pamba, en los alrededores de la Laguna de la Cocha (Nariño, Colombia).

Como familia han explorado múltiples posibilidades para proteger y conservar la biodiversidad de la región, en parte liderado por las convicciones ecológicas y aprendizajes de Nohora, quien trabajó como guarda parques en la Isla la Corota, el santuario de Flora más pequeño de Colombia. En San Francisco toman acciones de reforestación (principalmente sembrando Alisos para atraer agua a la quebrada Caballo Corral que pasa cerca a su casa), recuperación de la tierra y su aprovechamiento por medio de la siembra orgánica de papa, mora y flores; además cuentan con un biodigestor y una estufa con eficiencia energética. También le creen al turismo comunitario por medio del cual se amplifique un mensaje de responsabilidad ambiental entre los hogares campesinos y los visitantes.

La Laguna de la Cocha y el ecosistema del humedal, hacen parte de la lista global de sitios Ramsar, por lo que es de importancia internacional. Este cuerpo de agua, el segundo más grande de Colombia, tiene una biodiversidad única en el sur del país, pero allí también abundan serias problemáticas sociales y ecológicas de alta complejidad, que se entrelazan con la realidad del país, pues Colombia ha sido reconocido en las últimas dos décadas como uno de los países de Latinoamérica en los que más conflictos ambientales se presencia, unido al asesinato de líderes sociales y ambientales. El turismo más promovido en la región y que ha sido generalizado entre los turistas, está relacionado con el avistamiento de la laguna desde el puerto principal, comprar artesanías, comer trucha, ver la arquitectura de las casas cerca al canal y visitar la isla La Corota. Pero hay que ver qué oculta la mirada única del turismo hegemónico. La Laguna de la Cocha es testigo de la contaminación del agua, la deforestación y el carboneo, la explotación sin control de la pesca en la laguna, los incendios del páramo azonal (un ecosistema sinigual en Latinoamérica porque existe en una altura inferior a la usual para los páramos), la limitada o nula infraestructura para el manejo de las aguas residuales; la lista puede ser aún más extensa, sin olvidar que la región también vivió dinámicas de violencia política. Allá se sintetizan contradicciones de la relación entre los seres humanos y la naturaleza, y el hecho de que la laguna sea Ramsar, ¿en qué ha ayudado para mitigar estas problemáticas? La institucionalidad tendrá una respuesta y la comunidad otra.

En contraste, en la década de los años 90, esta región fue determinante en la creación y legalidad de las Reservas Naturales de la Sociedad Civil. Con la ley 99 de 1993 se dejaron estipuladas sus características y propósitos. Actualmente, existen más de 50 reservas naturales alrededor de la laguna, en las que viven familias comprometidas con acciones locales que le regalan esperanza a la región; muchas viven impulsando la agroecología como una práctica y movimiento social de amplio alcance. Esa esperanza también se percibe en las estrategias colectivas de diferentes organizaciones campesinas e indígenas (Asociación para el Desarrollo Campesino, Prohumedales, la organización de la comunidad indígena Quillasinga. entre otras), que se esfuerzan por brindar soluciones para la región. Aunque existen tensiones y distancias entre las mismas organizaciones, por sus visiones del mundo y sus paradigmas, coinciden en que pretenden garantizar la conservación, preservación, regeneración o restauración de los ecosistemas naturales, fortalecer el tejido social, propender por un turismo ecológico aprovechando bondades de la naturaleza, y multiplicar estrategias de apropiación cultural y educación ambiental.

Durante nuestra estancia, vivimos una metamorfosis, llegamos como cicloviajeros con pinta de turistas y luego fuimos locales, hicimos parte de la comunidad de Casa Pamba. Lo percibimos en los encuentros y conversaciones con personas de la región que le creen a las acciones locales, que tienen sus reservas, proyectos de conservación, chagras, restaurantes o diversas acciones colectivas; vivimos a plenitud el tiempo con Nohora, Lucho, Bertilde, Clever, Levis, Jesús, Aníbal, Myriam, Marina, Patricia y Concepción “Conchita” Matabanchoy, sin desconocer los encuentros con las personas que no nombramos. Descubrimos múltiples expresiones del espíritu del Buen vivir, de la cosmovisión de los pueblos andinos. Caminamos por los páramos azonales con delicados pasos por senderos poco explorados y navegamos la laguna con el lechero, recogiendo a los niños por diferentes veredas para llevarlos a la escuela. Aunque la memoria es frágil, el olvido no se ha apoderado de la magia de la Isla La Corota que descubrimos en sus colores de la mañana, el atardecer y la noche. Vivimos el privilegio de recorrerla en soledad y percibir en varias oportunidades la mística de las epífitas y el dosel de los árboles.

En la última conversación con la familia Jojoa, Nohora, Lucho y Bertilde nos expresaron su deseo de nuestro regreso y ya lo estamos planeando. Pronto será una realidad el reencuentro al calor del fuego en la cocina, comiendo papas con ají de tomate de árbol.

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