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"Estoy cambiando el mundo, estoy haciendo lo peor para el sistema"

Escucharlo decir esas palabras con total convicción es el recuerdo más puro que tengo del encuentro con Nicola Pierobon mientras conocí su finca en Cáqueza, Cundinamarca.

Nicola es italiano, más precisamente de Padua al norte de Italia. Tiene 42 años, pelo largo y barba, y siempre lo acompaña su machete. Antes de asegurar que está cambiando el mundo, él cambió su vida. Nicola era biólogo biomolecular, estudió un doctorado en fisiología en Nueva York y después de vivir 5 años en Manhattan, descubrió que “vivir en Estados Unidos lo despierta a uno o lo vuelve mierda”, refiriéndose a aceptar vivir en una sociedad capitalista y consumista o en oposición, alejarse de ella sin dudar y criticarla duramente. El tiempo que vivió en Nueva York fue para él un despertar que luego le permitió reconocer las perversidades de la sociedad estadounidense, “una sociedad que no es sociedad”.

Luego de esa experiencia, Nicola buscó un lugar para su futuro en Suramérica, y sin mayor superstición llegó a Cáqueza. Allí, en medio de la montaña, actualmente construye su casa en madera y siembra intensamente; es el lugar donde siente que realmente está cambiando el mundo, porque puede sembrar y para él “la semilla es un arma revolucionaria”. La razón es que permite crear vida y cambiar los entornos naturales, además favorece la autonomía alimentaria, y en la medida que se intercambie, amplía el acceso a la diversidad de especies vegetales en diferentes regiones. Nicola se ha encargado de tener una variedad deslumbrante de semillas y plantas en su finca, varias de ellas poco conocidas como el Caimito, la zanahoria amarilla, el Llanten, el Mangusán (o zapote blanco) y la papa de aire.

Yo comparto la siguiente idea que enfatizó Nicola durante nuestro encuentro: si la mayoría de personas del mundo siguen consumiendo como lo hacen están generando una cantidad excesiva de residuos que nos condenará a vivir en un basurero. Por eso él está convencido que hay que buscar la forma de regresar a la naturaleza, aprender de los animales y las plantas, como él lo hace con su gato Turbo y su caballo Fósforo. También lo expresa en su forma de sembrar la tierra, sin mayor orden, con poca intervención suya y favoreciendo que la diversidad prime entre la vegetación. Él siente alegría y privilegio viviendo así, pero esa sensación contrasta con la percepción de él frente a algunos de sus vecinos agricultores, a quienes considera desdichados aun cuando tienen el paraíso bajo sus pies.

Pero Nicola no se limita a las semillas como símbolo de resistencia al sistema económico y a las prácticas culturales de consumo. Desde hace seis años no usa papel higiénico, lo considera uno de los peores inventos de la historia con un impacto nefasto para varios ecosistemas. Además, procura tener las manos con tierra, un poco negras, pues “hay que vivir en simbiosis con el ambiente, no aislado de él”. Actualmente vivimos en una obsesión compulsiva por la limpieza y la pulcritud, y la oposición de él a ese comportamiento es total: “no es necesario bañarse todos los días, o todo el tiempo, hay bacterias fundamentales para la piel que las quitamos”. Él comparte su postura férrea con la tranquilidad de llevar 10 años sin enfermarse y con la experticia que le brinda su formación en biología y fisología.

Otra de sus formas de resistencia es movilizarse en bicicleta y procura hacerlo a todo destino. Aun con una bicicleta sin las características para viajes de largo aliento, ha hecho prominentes recorridos. Entre los más destacados, un viaje de Italia a Colombia, en el que cruzó el océano Atlántico en barco junto a su bicicleta, llegó a México y de ahí cruzó toda América Central hasta llegar a Colombia.

Después de dos años y medio viviendo en Cáqueza su principal deseo es lograr vivir sin dinero, pues en su territorio ya tiene agua, está terminando su casa y con todo lo que ha sembrado, pronto tendrá autonomía alimentaria. Mientras se libera de la necesidad del dinero, cada quince días, en el  mercado ecológico de la casa Kilele en Teusaquillo-Bogotá, vende productos con materia prima de su finca como jaleas de mora con café, naranja, mangusán y uchuva silvestre, además de miel, café, aceite de oliva y ají.

Para los escépticos que creen que es utópico vivir en un mundo diferente, Nicola es una demostración que es posible crear atisbos de cambio, así como lo reafirma un mural de su casa que dice: “en un mundo ideal una imposibilidad maravillosa”. Hoy día, la mayor preocupación de Nicola es quién va a continuar con su revolución de la semilla.

Escrito por: Nicolás Sandoval González

One Comment

  • Tuve la fortuna de conocer a Nicola en Córdoba, Argentina, por esas casualidades de la vida. Me siento no sólo afortunado, sino también orgulloso de haberlo conocido y cada vez que lo escucho hablar o leo algo publicado por el, o sobre el. Es una persona diferente, más humana que cualquier humano que conocí en mí vida, un ejemplo, ojalá todos logremos en algún momento de nuestras vidas, desligarnos de todo y estar tan cerca de la tierra, de la naturaleza y de la vida como lo está el. Excelente blog, excelente nota. Saludos desde Córdoba, Argentina.

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