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Cuando salimos de Bogotá rumbo a Buenos Aires, el primer proyecto que visitamos fue una Reserva Natural dedicada a la conservación de la laguna Tenasucá. Vivimos varios días con Roberto Sáenz, quien nos demostró su convicción de sembrar orgánico y de transmitirnos la fuerte responsabilidad ambiental de tener tierra.

Recogimos kale, repollo y acelga de la huerta orgánica de Roberto Sáenz en la reserva natural Tenasucá, proyecto que él lidera y protege desde 2008. Allí, cerca al límite del municipio de la Mesa y Tena (Cundinamarca), vive en una casa de madera rodeada por bosque de niebla.

Con los vegetales que Roberto había cultivado y que juntos cosechamos, preparamos un espagueti con un sabor que solo se logra con alimentos orgánicos. Cuando terminamos de cocinar nos sentamos a la mesa; “comer es un acto político” dijo Roberto, refiriendo que somos responsables de conocer de dónde provienen los alimentos que vamos a comer y saber si los campesinos los cultivaron con agroquímicos o de forma orgánica.

Con tranquilidad política disfrutamos el almuerzo, pero el disfrute fue aun mayor por la vista, porque desde ahí se divisa la laguna Pedro Palo, como se conoce usualmente en Tena. Sin embargo, Roberto nos aclaró que realmente se llama Tenasucá, que significa “los ojos que vieron el primer amanecer”. Es una laguna mística con tradiciones indígenas y en la región se ha convertido en un referente de conservación natural, protegida por el escarpe de la sabana de Bogotá.

Gracias al estudio histórico de la laguna que ha hecho Roberto, él nos dijo con seguridad que ella simboliza inicios, ya sea de nuevas relaciones, de proyectos o de vida. Esto hace parte de su misticismo. Y Bicionarios es la mejor evidencia de eso porque en Tenasucá iniciamos oficialmente nuestro proyecto; recorrimos los primeros 62 km desde Bogotá a Tena. Estando allá y contemplando la laguna, visualizamos la Patagonia después de 2 años de habernos ilusionado con ese momento.

El proyecto de Tenasucá no es solo de Roberto, lo ha ido desarrollando con su pareja Victoria Molina. Aunque no compartimos con ella, de alguna forma logramos conocerla por medio de él. Es fisioterapeuta y docente de la Universidad del Rosario y dicta varias clases, entre ellas movimiento consciente; uno de sus intereses pedagógicos es sensibilizar a otros para que conozcan bien su cuerpo y procuren tenerlo presente en su cotidianidad. Por su parte, Roberto es ingeniero de sistemas, conocedor de aves y trabajó durante varios años en el campo de la salud pública. Esa experiencia le dejó inolvidables recuerdos como haber trabajado en Washington o haber escrito el libro: Dengue en Colombia, Epidemiología de la reemergencia a la hiperendemia.

Ambos coinciden en que comparten la responsabilidad social de haber tenido una educación profesional, la cual se suma a “la alta responsabilidad de tener un terreno” como lo afirma Roberto, por lo que para ellos es determinante que su proyecto sea su mejor respuesta a ese desafío.

Hoy día el proyecto se enfoca en la conservación de bosques, la educación ambiental, la restauración ecológica y la protección de nacimientos de agua. Esas acciones se conjugan con otros objetivos, por un lado lograr soberanía y autonomía alimentaria con su huerta orgánica, además de comercializar algunos de sus alimentos en el mercado ecológico Tierraviva de la casa cultural Kilele en Bogotá; y por otro lado ejecutar programas de voluntariado, ofrecer ecoturismo y apoyar investigaciones sobre temas ambientales.

De forma más amplia, un resultado destacable del proyecto Tenasucá es su gestión para la consolidación del futuro Parque Natural Regional de la Sabana de Bogotá, gracias a su trabajo mancomunado con la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR). Eso ha permitido soñar con la posibilidad de rodear a Bogotá con un parque de 144 km2 totalmente protegido.

La primera biblioteca de la vereda

Durante los momentos en los que cocinamos con Roberto, tuvimos la oportunidad de conversar sobre los últimos libros que ha leído y su disciplina para finalizarlos en poco tiempo. En parte, su secreto ha estado en no tener distractores en casa como televisor o internet, pero de forma más profunda, él relaciona su gusto por la lectura con una de sus convicciones personales: “las cosas importantes de la vida no hacen ruido”.

Roberto nos invitó a conocer la biblioteca de su casa, la primera de la vereda. Ella se ha transformado en un espacio de encuentro y aprendizaje para los niños vecinos. Es una biblioteca con alrededor de quinientos libros y está organizada con rigurosidad. En una de las repisas, encontramos algunos cuadernos de niños vecinos, los cuales hacen parte de la estrategia de Roberto de brindarles acompañamiento y asesoría para las tareas. Es un complemento a los aprendizajes que obtienen en las escuelas rurales.

Todo inició por amigos campesinos que necesitaban ayuda con las tareas de sus hijos y Roberto les brindó ese apoyo. Luego de pocas semanas, se generó la percepción tanto en los padres como en los hijos, de que encontraban algo en la casa de Roberto que no obtenían en ningún otro espacio extraescolar: un apoyo pedagógico confiable.

Usualmente los niños se reúnen con Roberto los fines de semana y los grupos varían entre 3 a 9 asistentes. En los espacios compartidos el mayor interés de Roberto es que ellos aprendan sobre el territorio y se acerquen a él, “que no lo vean como algo lejano y fuera de ellos, así como suelen hacerlo en las escuelas”.

Aunque Roberto no tiene una metodología pedagógica específica para los encuentros, procura que sean lúdicos. Según la ocasión, tiene conversaciones anecdóticas con los niños sobre la reserva, o realiza lecturas diversas de forma muy expresiva. Así fue la dinámica con la lectura de Momo de Michael Ende, un libro que Roberto les leyó con intensidad, con movimientos teatrales, con entonación estimulante y explicando cada palabra poco conocida. De esta forma sedujo a varios niños y los entusiasmó a seguir descubriendo la lectura.

La tranquilidad de lo sencillo

Las estrategias de educación ambiental en Tenasucá no se limitan a la biblioteca y a los apoyos pedagógicos vecinales. Victoria y Roberto han querido ahondar con convicción en el campo educativo porque les interesa que esté presente en las interacciones con las personas de la comunidad y los visitantes. Existen dos principios que permean su exploración y que pretenden transmitir: la autenticidad y educar con el ejemplo.

Tanto con los vecinos campesinos como con los visitantes citadinos, ellos se preocupan por demostrarles coherencia en su comportamiento, pues de esta forma logran seducirlos y favorecer así su apertura a considerar otras formas de vivir, como sembrar orgánicamente, proteger el agua, reciclar con rigor y hacer uso de baños secos.

Especialmente en la relación con sus compañeros campesinos es importante atraerlos con el ejemplo y los resultados favorables. Roberto considera que los campesinos tradicionales se interesan por cambiar después de percibir transformaciones positivas con respecto a lo que siempre han hecho, y ante esto, la experiencia de él como neocampesino le ha permitido afirmar que “no por estar en el campo se saben hacer las cosas como se deberían hacer”.

Roberto se define así mismo como neocampesino porque busca tener una relación diferente con la tierra, más cercana a principios indígenas y más alejada de conceptos industriales y agroquímicos, para él eso hace parte de vivir “la tranquilidad de lo sencillo”. Una tranquilidad que también la siente al vivir en una reserva natural, leyendo, identificando los sonidos de los pájaros y cocinando lo que cultiva. La filosofía del neocampesino es trascender la idea extractiva y lograr unicidad con la tierra, por lo que proteger la propia vida es proteger la vida de la naturaleza.

Escrito por: Nicolás Sandoval

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