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Antes de nuestra salida de Ecuador visitamos una pequeña región enclavada en las montañas de la provincia de Azuay. Allí, tuvimos la oportunidad de conversar y aprender de una mujer que lidera esfuerzos enfocados en dinamizar la economía y el talento local. (10 mins)

Verónica Cabrera tiene una herencia de liderazgos femeninos desde su madre hasta su tatarabuela, y todas han tenido un compromiso con sus territorios y comunidades. A Verónica la conocimos en el sur de Ecuador, durante nuestro paso entre Cuenca y Loja. Ella es una mujer solidaria, que cree en el liderazgo femenino para lograr movilizaciones comunitarias, en el comercio justo y en el turismo comunitario.

Nosotros estuvimos en Morasloma conviviendo con su familia, amigos y vecinos; un lugar remoto donde está su historia, sus raíces con la tierra y su futuro. Con Verónica se abrió un vínculo gracias a que en Cuenca fuimos a conocer la tienda Maki (significa mano en kichwa) y la sede principal de la Red de Turismo comunitario del Austro Pakariñan. La red es una entidad fundada en 2005, integrada por organizaciones comunitarias y emprendimientos de economía solidaria conexas a la actividad turística, de las provincias de Cañar, Azuay y Loja; esta organización trabaja con artesanos para desarrollar sus habilidades en producción, liderazgo y negociación, y ampliar sus fuentes de ingresos a través de mercados de comercio justo, regionales y en línea. Por su parte, Maki es otra organización vinculada a Pakariñan para la venta de productos artesanos y locales bajo los principios del comercio justo, que cuenta con la membresía otorgada por la World Fair Trade.

Fue interesante entender la propuesta de comercio justo a través de las acciones de Pakariñan y Maki. De forma amplia consiste en un acuerdo entre productores, comercializadores y consumidores en el que los precios que se pacten permitan generar ganancias acordes al nivel del trabajo del productor, los procesos implicados, el tiempo requerido y la mística de sus creaciones. Además, que el precio permita reinvertir en las comunidades. Si bien hoy día el comercio justo es posible en Suramérica, antes de los años cincuenta del siglo XX, se consideraba una utopía, pues este nació debido a las controversiales relaciones que habían entre comerciantes del norte y los pequeños productores de los países en desarrollo, cuyas relaciones eran principalmente de opresión; estos productores se veían muy afectados por los bajos precios del mercado y por su elevada dependencia con los intermediarios.

Verónica trabajó cuatro meses como voluntaria en Pakariñan y conectó con sus valores, empezando por el significado del nombre de este proyecto que viene de las palabras en Kañari-kichwa, Pakarina y Ñam, que significan: el camino hacia un nuevo amanecer, un nuevo horizonte para las comunidades. Ella se fue un tiempo y cuando regresó, se vinculó laboralmente. Fue un trabajado soñado para ella. Lo deseó tal cual como lo vivió, aunque en algún momento pensó que sería algo muy difícil de lograr. Verónica no quería trabajar en el sector público ni tampoco en empresas que solo buscaran la rentabilidad económica, por lo que puso todo su empeño en cumplir sus funciones en Pakariñan: favorecer la comunicación continua con las comunidades vinculadas, gestionar capacitaciones para ellas y buscar soluciones a sus necesidades; además debía representar a la organización en diferentes eventos, gestionar alianzas y atender la tienda de artesanías Maki. En Maki vendían productos como bisutería en mostacilla, macanas, sombreros de pajatoquilla, individuales, boligraferos entre muchos otros. Verónica afirma que Maki es una vitrina única para el artesano pues se comercializan sus creaciones de forma justa y en ocasiones, les han ayudado con la innovación de sus productos. El alto nivel de convencimiento que tiene Verónica respecto al impacto social y ambiental de Pakariñan y Maki, ha provocado en ella el deseo de que a futuro quiera invertir financieramente en ambas organizaciones para potenciar su modelo de negocio.

Durante la experiencia de cinco años de Verónica en Pakariñan y en Maki, ella aprendió a ver, oír y no callar: ver a la mujer, oír a la comunidad y siempre decir lo que piensa. Con base en estos aprendizajes y a propósito de Morasloma, ella piensa que hay mucho potencial artesano y de turismo comunitario pero falta voluntad y liderazgo. Además no está de acuerdo con algunas posturas que existen dentro de personas de la comunidad, por ejemplo algunos padres le transmiten a sus hijos el cuestionamiento: “¿para qué estudiar?”. Algún vecino de Verónica le dijo a ella: “somos campesinos y así morimos, trabajando como campesinos”. Si bien ella valora profundamente el trabajo campesino, ante este tipo de pensamientos, ella quiere aplicar todos sus aprendizajes en Pakariñan en su región, pues está convencida que se pueden llevar a cabo procesos comunitarios de organización y gestión para su propio bienestar; quizá facilitar opciones de capacitación en agroecología, prácticas silvopastoriles, planes de gestión ambiental, construcciones sostenibles, etc, las cuales se podrían armonizar con propuestas atractivas de turismo comunitario que recupere tradiciones e historias locales, y que esté comprometido con la conservación y protección de la naturaleza. Al respecto del turismo en Morasloma, una amiga muy cercana de Verónica, Rosita, nos dijo en una comida nocturna: “el turismo es valioso si nos vienen a enseñar cosas. Queremos aprender cosas valiosas de los turistas. De oficios, de gastronomía, de historia, de idiomas y muchas más cosas”.

Verónica ha llevado a la comunidad grupos de extranjeros para demostrar la relevancia de que personas de otros lugares del mundo vayan a conocer su territorio. Así como nosotros, antes estuvieron un grupo de británicos que participaron en diferentes actividades de la escuela de Morasloma. Para ese propósito, ella tiene una finca para el turismo. La casa está construida en adobe, lugar en el que nosotros dormíamos. Alrededor tiene sembrado frutales y hortalizas, y tiene piscinas de agua dulce como criaderos de truchas, pues quieren que los turistas vivan la experiencia conocida como: De la huerta a la mesa, que los visitantes se alimenten de lo que ellas mismas han sembrado.

Dado que para lograr lo que Verónica desea en Morasloma se requiere una amplia movilización de recursos, ella proyecta gestionarlos con entidades públicas, privadas, amigos y ONGs, creando proyectos que puedan ser financiados en favor de su comunidad. Pero no solo piensa en esa opción. Si bien Verónica se educó profesionalmente en administración de turismo, ella desea ser concejala para realizar acciones en favor de la producción agrícola y la ganadería, promover el emprendimiento local y artesano, y proteger a esta región, sus páramos y biodiversidad, de las mineras de oro. Verónica confía en que la comunidad cuenta con una base de infraestructura y sistema organizativo que se puede aprovechar y potenciar, pues existe una organización de presidencias que se compromete con temas claves de la región como el agua de riego, la ganadería y la protección del páramo.

Particularmente, en cuanto al conocimiento y las tradiciones artesanas, Verónica considera que un desafío importante es lograr un relevo generacional, por lo que hay que promover que algunos jóvenes se queden en el campo y protejan los oficios familiares; esa opinión nos recordó la visita a María Rosa Asunción Guaman, una artesana que fue durante mucho tiempo el corazón de Pakariñan. Ella tenía 73 años cuando la visitamos en su taller en el 2018; aquel día la presentaron como Mama Rosa, una fiel representante del comercio justo y promotora del desarrollo del turismo comunitario. Mientras tejía, ella nos dijo: “aunque no tengo educación profesional, tengo el don de servir a la comunidad”.

Su taller es un lugar místico con piso de tierra, colgandejos de maíz seco. Cardo y lana por doquier, tejidos en diversas presentaciones y jergas terminadas. Cuando llegamos estaba tinturando de forma natural una lana con las hojas del Nogal y nos habló de su preocupación por el futuro de su tradición artesana. Verla tejer con un telar de cintura fue una experiencia excepcional para los cuatro, por el sonido y el movimiento de cada palo (cada uno tiene un nombre especial), mientras se iban creando formas coloridas en uno de los extremos. Mama Rosa afirmó ente risas al vernos tan sorprendidos: “se teje rápido. Lo demorado es preparar el hilo.”

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